Educar: Relación con una presencia que propone*
pm8200748312007 22, 2007 por diazolguin
El pasado 5 de octubre se publicó en este mismo periódico un artículo del pensador italiano Luigi Giussani que se titula Educación: introducción a la realidad total. Reconozco que el artículo es muy interesante para quienes nos dedicamos a la actividad docente, especialmente para quienes tenemos la necesidad de una continua clarificación respecto a este quehacer. Es por ello que, a la luz de tan acertadas reflexiones de ese autor, quisiera expresar algunas ideas complementarias al respecto.
I
Si, por un lado, para un niño el nacimiento representa la introducción al mundo de las cosas -donde él mismo pasa a formar parte como una más de ellas- por el otro lado, la educación es la introducción a la realidad total de esas mismas cosas que permite al niño la aprehensión de su ser como una realidad única e irrepetible. Mientras que la primera acción es un hecho -dicho simplistamente- tan sólo biológico y psicológico, la segunda acción es un acontecimiento eminentemente espiritual y, por lo mismo, humano.
En efecto, al nacer, el niño pasa del ámbito cerrado y oscuro del seno materno al espacio abierto y translúcido de las cosas; la lógica interna de “dar a luz” de la madre impulsa al pequeño ser a hacer frente al entramado de cosas, acontecimientos y relaciones que conforman la complejidad de lo que llamamos “realidad”. Pero, para el pequeño, esta “introducción” no es suficiente, porque de esa manera la realidad se le presenta como un todo macizo y homogéneo ante sus ojos, una totalidad inescindible difícil de penetrar por su mirada. Es aquí donde se abre el espacio para el segundo modo de acción: la introducción a la realidad total.
II
Decir: “introducción a la realidad total” quiere decir, al mismo tiempo, “introducir a la comprensión del significado de las cosas”, de lo contrario, jamás se superaría en el niño el shock y el impacto traumático que la experiencia del nacer ha dejado en impreso en su interior.
Cuando al niño se le presentan las cosas no sólo como unidades físicas, compactas, en relación recíproca con otras, sino también como preñadas de hondo significado y profundo sentido, se abre para el niño la posibilidad de “habitar” o “morar” en ellas como en su segundo seno en el cual es nuevamente engendrado y generado en su ser, hasta alcanzar la auténtica estatura humana. Este espacio o “morada”, como es obvio, no es de ninguna manera una circunscripción espacial o temporal de cosas, sino el ámbito donde estas cosas se “abren” para el niño en su inteligibilidad inagotable; es decir, es el espacio o “morada” de la verdad, del bien y la belleza que cada una y en conjunto reportan.
III
Ahora bien, una introducción a la realidad de esta manera no es una actividad puramente intelectual -¡el niño aun no está en condiciones de tales elucubraciones!- por ello, no basta con una mera “instrucción” indicativa de conceptos o enseñanza de los mismos, porque de esta manera se reduce la educación del pequeño a una forma de relación con las cosas siempre extraña, es decir, a mirar el entorno desde “lejos”, ajeno a la percepción de su propio significado, cuyo único puente de unión es el esfuerzo de la memoria que repite lo enseñado, pero no la intimidad de su ser que valora y comprende lo que se mira.
Antes bien, en la introducción a la realidad total la presencia de la madre juega un papel decisivo para el niño, porque es a la luz de esta presencia como el niño aprende a “morar” entre las cosas. Esto quiere decir que la relación del niño con la realidad nunca es directa, inmediata, sino que es encontrada, propuesta, por la presencia de la madre. Es así como se asientan los dos ejes primordiales de la educación: una “presencia” y una “propuesta”; en síntesis, un encuentro logrado gracias a otra realidad humana.
“El niño aprende a ver el mundo a través de los ojos de su madre”, escribía en alguna ocasión el poeta francés Charles Péguy. Lo único capaz de volver significativo el entramado de cosas que llamamos realidad para un niño, lo que se dice “mundo”, no es su esfuerzo personal de penetración intelectual, sino “los ojos de su madre”. Para el niño esos ojos no son otras cosas más en el entorno natural, sino las “ventanas” que revelan una presencia humana, una mirada que lo envuelve. De esa mirada es de donde brotan las cosas preñadas de sentido, emergen las palabras que las llaman por su nombre, su significado. Pero lo pueden hacer porque no son ojos que se vuelven en primera instancia sobre esas cosas, sino porque están dirigidas de antemano a los ojos del pequeño, a su mirada. ¡El niño es un ser que “mira” una mirada, no un ser que “ve” las cosas!
Porque existe esa mirada, el niño se sabe “com-prendido”, esto es, mirado en la totalidad de su ser, valor, significado y destino únicos. Es acogido como hijo. Por ello se entiende que el niño pueda también “com-prender” el significado y la totalidad del “mundo”: porque de antemano acoge, asimismo, la mirada de esa presencia en su mirada: el ser, valor, significado y destino de una madre, de “su” madre.
Cuando al niño no se le permite vivir en la libertad de esa presencia que lo mira (el juego de miradas es siempre libertad inextinguible) se le arroja a la realidad completamente inerme, desprotegido; de ahí que ya no sepa después por qué está en medio de tantas cosas que reclaman su presencia y a las que no sabe responder adecuadamente. Además de absurdo, es por completo pretensioso querer reducir el trabajo educativo sobre un niño a planes y proyectos; todavía más: a técnicas novedosas de enseñanza-aprendizaje. Para una madre el niño nunca es proyecto o técnica, sino su hijo. Esto es, un destino puesto entre sus manos.
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Publicado en Artículos | 1 comentario
¿Filosofia del aprendizaje “constructivista” o estoy equivocado? Desde luego, pareciera ser más que eso…