La luna, viéndote dormir tranquila
en la almohada cómplice del sueño,
aun duda colocar en tu pupila
la luz angelical de su diseño.
La estrella de la noche, que titila
a fuerza de distancia con empeño,
llena de sombras, pálida vacila
de si tocar tu delicado ceño.
La gota de rocío de agua clara
que comienza a surgir desde la tarde
aun duda si mojar tu tibia cara.
Pues saben que es en vano todo alarde
—teniendo en cuenta tu belleza rara—
que no hay quien ante ti no se acobarde.
José R.
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