I
Toma, Señor,
entre tus dedos blondos,
mi carne débil,
mis delicados hombros.
Vuelve de luz mi pecho,
llena de paz mi rostro,
y que mi risa fluya suave y limpia
como mis ojos…
II
Toma, Señor,
entre tus dedos blondos,
mi corazón endeble,
mi pequeñez de mosco.
Pues tú sabrás volver
como incienso oloroso,
diáfano cirio,
claveles rojos,
para tu altar de gloria
mi lodo…
III
Sé que por mío
es poco;
¡y qué hacer,
si me hiciste de humilde polvo!
Pero en tus manos suaves
de Señor poderoso
has de cambiar mi espíritu
amorfo
y has de poner en él
la impronta de tu rostro…
IV
¡Toma, Señor,
mi lodo,
que de ansias de tus dedos
me vuelvo loco!
José R.