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Archive for abril 2022

(1905 – 1988)


1. Historia de una misión
 
La relevancia histórica, el Kairós que la figura y la obra de Hans Urs von Balthasar[1] tienen en el mundo cultural y eclesiástico está fuera de toda duda y bajo ningún aspecto se halla sujeta a discusión.
 
Por unánime consenso es reconocido como uno de los máximos exponentes de la teología católica del presente siglo —y, nos apuramos a decir, del venidero— junto con otras prestigiadas personalidades en este campo: Romano Guardini, Hugo y Karl Rahner, Henri de Lubac, Jean Daniélou, Yves Congar, Marie-Dominique Chenu, Joseph Ratzinger. Asimismo, su innata potencia especulativa y profundidad reflexiva lo inscriben por derecho propio en el selecto grupo de pensadores del campo de la filosofía de la talla de un Erich Przywara, Gustav Siewerth, Ferdinand Ebner, Gabriel Marcel, etc., todos ellos metafísicos de gran nivel, si bien sus aportaciones en este rubro quedan escondidas y como absorbidas por la tarea teológica a realizar.[2]
 
Hombre de vastísima cultura y extraordinario talento natural, Hans Urs von Balthasar representa una de esas figuras excepcionales que raramente se dan en la historia, desde cualquier aspecto en que se la quiera mirar. Como acertadamente señalan Walter Kasper y Karl Lehmann en el prefacio de la obra colectiva Hans Urs von Balthasar. Gestalt und Werk,[3] no hay nada en él que pueda mirarse con mesura e indiferencia, no hay aspecto de su personalidad poliédrica que permanezca oculta entre las sombras; antes bien, todo en él es, sencillamente, pasmoso:
 

“En una sola persona Hans Urs von Balthasar realizó oficios, vocaciones artísticas que para cualquier otra persona hubieran llevado toda una vida realizar, suponiendo que alguien hubiera tenido comparables dones del Espíritu y de la Gracia. Estas vocaciones deben, por lo menos, ser indicadas: el maestro espiritual, que acompañó espiritual-pastoralmente, en forma siempre discreta, a muchas personas particulares y a no pocas comunidades, principalmente de laicos; el teólogo, que tan sólo en su obra principal en quince volúmenes y tres partes, Herrlichkeit, Theodramatik y Theologik, elaboró una incomparable visión de conjunto de múltiples experiencias de Dios; el escritor, que recibió como don el raro «carisma de escribir» (A. M. Haas) y para el que estaban a  disposición todas las formas estilísticas y registros de la lengua humana; el traductor de numerosas obras del griego, del latín, del español pero, sobre todo, del francés, donde representativamente queremos nombrar tan sólo a Paul Claudel y Henri de Lubac; el editor y director de colecciones editoriales que, a través de la independencia de la casa editorial «Johannes» fundada por él, hizo presente en sus colecciones preciosas joyas de una Europa espiritual y trasmitir al público alemán grandes obras, principalmente de teología y espiritualidad francesa; junto con la doctora de Basilea y convertida, Adrienne von Speyr, […] fue fundador y principalmente director espiritual de la comunidad «Johannes», a través de la cual él, gracias a sus proyectos teológicos, dio gran impulso a otros «institutos seculares» (comunidades de vida cristiana en el mundo). ¿Qué más se podría recordar aún? El docto conocedor de la literatura alemana, el músico altamente dotado, el crítico musical, el amigo del arte…”.[4]
 

Desde esta óptica, conocido de todos es el juicio que veinte años antes de su muerte —cuando todavía el grueso de su producción teológica estaba en vías de escribirse y no pasaba del mero proyecto— externara sobre su persona su queridísimo maestro y amigo Henri de Lubac y que ha dado, literalmente hablando, la vuelta al mundo como uno de los más hermosos elogios que se hayan podido decir de él:
 

“Este hombre es quizás el más culto de nuestro tiempo. ¡Y si hay una cultura cristiana en algún sitio, está en él! La antigüedad clásica, las grandes literaturas europeas, la tradición metafísica, la historia de las religiones, los ensayos multiformes del hombre de hoy que se busca a sí mismo; y por encima de todo, la ciencia sagrada, con santo Tomás, san Buenaventura, la patrística (completa), sin hablar por ahora de la Biblia…, no hay nada grande que no encuentre acogida y vitalidad en este gran espíritu. Escritores y poetas, filósofos y místicos, antiguos y modernos, cristianos de toda confesión: a todos los llama para que le den su nota: todas sus voces le son necesarias para realizar la sinfonía católica, para mayor gloria de Dios”.[5]
 

Por su parte, su sobrino jesuita, Peter Henrici, hace notar que la altura y magnificencia espiritual de von Balthasar se hacía visible ya de manera sobresaliente en su elevada estatura y austera silueta, en las que también rebasaba a todos:
 

“Él era para todos nosotros demasiado grande. Cuando en el círculo de algunos amigos conducía un coloquio, permaneciendo de pie o mejor todavía, paseando de buena gana por aquí y por allá, superaba a todos por arriba de la cabeza. En la misma medida, su sabiduría y su capacidad de juicio era igualmente superior que a la de sus compañeros de diálogo. No se podía hacer otra cosa más que mirarlo. Aun sin levantarse sobre el podio, mantenía la perspectiva visual por encima de la situación. Y aun así, jamás hacía sentir su superioridad; jamás hablaba con condescendencia o con tono de superioridad, de arriba hacia abajo. Sólo en algunas ocasiones parecía no darse cuenta de que los demás no disponían del mismo talento natural y de la misma increíble capacidad de trabajo que él tenía. Ciertamente sus juicios, ideas y obras podían sonar a veces precipitadas, duras, incluso desdeñosas; sin embargo, con ello sólo expresaba la reivindicación que él exigía para sí mismo, de su ambiente y, sobre todo, de aquello que es eclesial. […] Si este hombre, no obstante su saber superior y toda su grandeza, pudo permanecer «sencillo», pequeño, incluso infantil, […] esto derivaba del hecho de que conocía y reconocía su talento natural. Lo conocía como puro don, como regalo (cuya grandeza él mismo, manifiestamente, no alcanzaba a ver del todo) por el que debía estar agradecido y poner, sencillamente, al servicio de los demás”.[6]
 
Pero el mejor juicio que se puede aducir en favor de la persona de Hans Urs von Balthasar es sin duda el que la Iglesia misma le concedió en reconocimiento no solamente de su labor científica y literaria, sino sobre todo eclesial, de su misión carismática en el seno de la Iglesia, al otorgarle  —de manera frustrada, por su repentino fallecimiento dos días antes—  el capelo cardenalicio, que habría de efectuarse el 28 de junio de 1988, de manos de Su Santidad Juan Pablo II y a la que von Balthasar accedió no sin cierta excitación de su parte y reticencia, ya que, como escribía en una carta: “esta distinción eclesial —para nada deseada— […] pesa gravemente sobre mi vejez y me hace esperar en una muerte cercana”.[7]
 
Como oportunamente ponía en evidencia el Cardenal Joseph Ratzinger al pronunciar la homilía fúnebre en la Hofkirche de Lucerna, tierra natal de nuestro teólogo:
 

“Sólo con mucha excitación Balthasar aceptó la merecida honra del cardenalato, no por vanidad de gran individualista, sino por ese espíritu ignaciano que impregnó toda su vida. En cierta manera esto aparece confirmado por la llamada a la otra vida que lo arrebató la tarde anterior a la ceremonia de investidura. De esta manera, pudo permanecer íntegramente sí mismo. Pero aquello que el Papa quería expresar con este gesto de reconocimiento, es decir, de honra, permanece válido: no sólo a nivel individual, privado, sino la Iglesia, en su responsabilidad ministerial oficial, nos dice que él fue un auténtico maestro de fe, un guía seguro hacia las fuentes de agua viva, un testigo de la Palabra del que nosotros podemos aprender a Cristo, aprender la vida”.[8]
 


2. “Apasionado por todo lo que es bello…”
 
Nacido, como se ha dicho, en la ciudad de Lucerna, Suiza, el 12 de agosto de 1905, creció como hijo mayor en el seno de una familia de gran abolengo y tradición cristiana: su padre, Oskar Ludwig Karl von Balthasar (1872 – 1946), fue un prestigiado arquitecto que contaba, entre sus ascendientes, un misionero y provincial jesuita por tierras mexicanas (Johann Anton von Balthasar, 1692 – 1763); su madre, Gabrielle Pietzcker (1882 – 1929), incluía en su árbol genealógico la figura de un obispo mártir (Vilmos Apor, obispo de Györ, Hungría, † 2 de abril de 1945). Por su parte, su hermano Dieter fue durante algún tiempo oficial en las Guardias Suizas y su hermana menor, Renée, religiosa y superiora general con las hermanas franciscanas de Sainte Marie des Anges.
 
Entre los primeros recuerdos que se tienen de su temprana infancia se hallan los escritos por su madre en el Álbum de familia, donde cuidadosamente registraba sus pensamientos acerca de su hijo mayor. Entre ellos sobresale el siguiente: “[Hans] se apasiona por todo lo que es bello y tiene una debilidad por las muchachas”.[9]
 
Realizó sus primeros estudios con los monjes benedictinos de Engelberg (1917 – 1920) y posteriormente con los jesuitas de la ciudad de Feldkirch (1920 – 1923). En el transcurso, su pasión por la música y la literatura fue en aumento, para no disminuir jamás. Sobre su afición a la música, tenemos algunos testimonios de su parte.
 
Por ejemplo:
 

“A partir de las primeras agitadas impresiones musicales  —la Misa en Mi mayor de Schubert (alrededor de los cinco años) y la «Patética» de Tchaikovsky (por los ocho años)—,  yo pasé delante del piano horas sin fin; en el Colegio de Engelberg se añadió la participación en la orquesta y las óperas, pero cuando yo, junto con otros amigos, me transferí a Feldkirch para estudiar los dos últimos años y medio de Gimnasio, el «sector musical» de allí era tan ruidoso y carente de unidad que a uno se le venían abajo las ganas de tocar”.[10]
 
Y en otra parte:
 

“Mi juventud se caracterizó por la música; tuve como maestra de piano a una anciana señora que había sido discípula de Clara Vick Schumann; ella me introdujo en el romanticismo, cuyos últimos epígonos pude escuchar en Viena, al mismo tiempo de mis estudios: Wagner, Strauss, pero sobre todo Mahler. Todo esto terminó cuando llegó a mis oídos Mozart, del que no me he apartado hasta la fecha; por mucho que en mis años de madurez se hayan hecho queridos Bach y Schubert, Mozart ha permanecido como la inmóvil estrella polar en torno a la cual giran las otras dos”.[11]
 

Por lo que respecta a su debilidad por la literatura, dice en una carta a su condiscípulo en Engelberg, Alois Schenker: “Tú, en aquel tiempo, eras ya terriblemente diligente, mientras que yo me deleitaba eternamente con la música y leía a Dante; por la noche me ponía de pie encima del lecho para poder coger un poco de luz y leer el «Faust»”.[12]
 
Debido a la fuerza de ambos intereses estéticos, su sobrino Peter Henrici señala que von Balthasar “osciló por largo tiempo entre el estudio de la música y el de la literatura”,[13] a la hora de tener que elegir una carrera universitaria. Finalmente, sin embargo, en 1923 se decidió por los estudios de germanística, a cursar en la Facultad de Letras de la Universidad de Viena. Sobre las motivaciones e intenciones que tuvo para ello dirá muchos años más tarde de manera retrospectiva: “Inicié los estudios de la filología por amor hacia la poesía alemana; estudié al mismo tiempo filosofía, sánscrito, indo-germanística, sin pensar nunca seriamente para qué me serviría en la vida todo eso”.[14]
 
En Viena cursa los dos primeros semestres de sus estudios; después se traslada a la ciudad de Berlín para llegar a la conclusión de éstos en la Universidad de Zúrich, donde presenta su examen de grado, obtenido con el muy merecido summa cum laude. En los dos primeros lugares advienen encuentros intelectuales y humanos importantes que se reflejarán en el contenido y el método de su trabajo doctoral, con el título Geschichte des eschatologischen Problems in der modernen deutschen Literatur.[15]
 
En otra pequeña obra que saldrá en su vejez, cuenta:
 

“En Viena atrajeron mi interés Plotino, por un lado, y por el otro los inevitables contactos con los círculos psicológicos, también freudianos; mientras me impactaba profundamente el lacerado panteísmo de Mahler, fui inducido a prestar atención a Nietzsche, Hofmannstahl, George, al sentido del fin del mundo de Carl Kraus, a la evidente corrupción de una cultura que se encaminaba hacia su ocaso”.[16]
 

En Berlín, en cambio, tuvo la oportunidad de conocer y asistir a las clases de Romano Guardini, que presentaba una sui generis y novedosa concepción de “lo específico cristiano” (Unterscheidung des Christlichen, como le gustaba decir a Guardini): las famosas lecciones sobre Religionsphilosophie und Katholischer Weltanschauung. En ellas Guardini no sólo exponía un método nuevo de presentar los problemas de la fe en su relación con el mundo contemporáneo, sino también tuvo la maestría de exponerlos a través de densas y ricas monografías sobre pensadores atípicos de la historia de la cultura: Sócrates, Agustín, Buenaventura, Dante, Pascal, Hölderlin, Kierkegaard, Dostoievski, Rilke.
 
Nada extraño poder ver en ello un preludio de lo que posteriormente hará von Balthasar a su manera, también magistral, a todo lo largo de sus obras, desde su temprana trilogía sobre el Apokalypse der deutschen Seele: Studien zu einer Lehre von letzten Haltungen,[17] que es una prolija reelaboración de su tesis de grado, pasando por las dedicadas a sus amigos literatos Reinhold Schneider[18] y George Bernanos[19] y las dos religiosas carmelitas Teresa de Lisieux[20] y Elisabeth de Dijon,[21]hasta llegar a las famosas monografías contenidas en su obra monumental Herrlichkeit: sus Fächer der Stile, en dos volúmenes (Klerikale Stile y Laikale Stile).
 
 
3. “No tienes nada que elegir…”
 
Por la época en que estaba terminando sus estudios (1927), von Balthasar pudo asistir a unos ejercicios espirituales ignacianos de treinta días en Whylen, cerca de Basilea, sin ninguna pretensión especial de su parte por la vida religiosa. Pero como otrora sucedió al apóstol Pablo y al evangelista Mateo, von Balthasar también fue “tocado” por el misterioso rayo de la gracia, que cambiaría su vida:
 

“Hoy, al cabo de treinta años, podría volver a encontrar, en aquella vereda intrincada de un bosque, en la Selva Negra, cerca de Basilea, el árbol junto al cual sentí como un relámpago. Era yo estudiante de germanística y seguía yo un curso de ejercicios de mes para estudiantes seglares. En aquel ambiente se consideraba realmente como una desgracia que alguien desertara para ponerse a estudiar teología. Pero no fue la teología ni el sacerdocio lo que me entró por los ojos, sino simplemente esto: no tienes nada que elegir, has sido elegido; no necesitas nada, se te necesita; no tienes que hacer planes, eres una piedrecita en un mosaico ya existente. Sólo tenía que «dejarlo todo y seguir», sin intenciones, deseos, expectaciones; sencillamente quedarme quieto, esperando a ver en qué me usaban. Y así ha sido desde entonces”.[22]
 

No obstante, no será sino hasta finales de 1929 en que ingresará durante dos años en el postulantado que la Compañía de Jesús tenía en la ciudad austríaca de Feldkirch; decisión que estaría acompañada de dolorosas sombras, pues a comienzos del mismo año (2 de enero) había fallecido su querida madre, tras una penosa enfermedad.
 
En 1931 se traslada a Pullach, en Múnich de Baviera, para realizar los estudios de filosofía durante un bienio, en lugar de los acostumbrados tres años, en consideración de sus precedentes estudios de germanística. Al terminar, en 1933, se dirige ahora a la ciudad de Fourvière, pueblecito cerca de Lyon, Francia, para emprender los estudios teológicos. Qué hayan significado estos dos períodos escolares en su vida lo indican tanto Peter Henrici como el mismo von Balthasar.
 
Dice el primero:
 

“La entrada en la Orden religiosa significó, en primer lugar, renuncia, abandono, no solamente de la música, sino también de la vida literaria y cultural. […] Los estudios regulares propios de la Orden religiosa no pudieron sino aparecer áridos y demasiado vacíos de espíritu cultural a un Balthasar habituado a otros mundos tan distintos. El estudio de la filosofía lo vio como un languidecer «en el desierto de la neoescolástica»”.[23]
 

Y añade el segundo:
 

“Todo el tiempo de estudio durante los años de formación en la Orden de los jesuitas fue una encarnecida lucha contra el lamentable estado de la teología, con lo que los hombres habían hecho de la gloria de la Revelación. No podía soportar esta figura de la Palabra de Dios. Hubiera querido dar golpes a diestra y siniestra con la furia de un Sansón; hubiera querido con su fuerza derribar el templo y sepultarme allí yo mismo”.[24]
 
No obstante estos juicios tan duros y negativos, ambos períodos estuvieron marcados por importantes encuentros humanos e intelectuales, tanto en el campo de la filosofía como en el de la teología. Por ejemplo, estando en Pullach conoce a Erich Przywara, a quien le debe toda su especulación en torno al escabroso tema de la analogia entis; y en Fourvière traba relación con Henri de Lubac, a quien le debe todo su conocimiento y amor a los Padres de la Iglesia. Con todo, ninguno de los dos fue su maestro de manera directa.
 
Concluida la teología y ordenado sacerdote (el 26 de junio de 1936 en la Hl. Michaelkirche, de Múnich, por el cardenal Faulhaber), a von Balthasar le esperan tres años duros de labor cultural e intelectual en Múnich junto a Przywara en la dirección editorial de la revista Stimmen der Zeit, a la que renunciará en 1940 para dedicarse al trabajo cultural y pastoral entre los estudiantes universitarios de la ciudad de Basilea, no sin antes rechazar la tentadora oferta de dedicarse a la vida académica en la Universidad Gregoriana de Roma, apartándose así por el resto de su vida del mundo intelectual universitario.
 
La década de los años cuarenta nos presenta la figura de un von Balthasar sometido a esta ingente tarea de la vida cultural y la abnegada responsabilidad de la animarum cura. Y con todo, se daba tiempo para el diálogo y controversia teológica con el protestantismo. Son los azarosos años de la guerra y la postguerra, del trabajo editorial en la Klosterberg en favor de una renovación espiritual de una Europa abatida, de los innúmeros ciclos de conferencias, a ritmos impresionantes, y la prolongada amistad —iniciada por la común afición a la música de Mozart— con el teólogo evangélico Karl Barth, sobre quien publicará un denso y voluminoso libro acerca de su teología, fruto de aquellas conferencias: Karl Barth. Darstellung und Deutung seiner Theologie.[25] Pero sobre todo, lo que más señalará la vida y el pensamiento de von Balthasar en estos años será el encuentro con la doctora Adrienne von Speyr y las fundaciones laicales iniciadas con su compañía.
 
 
4. Entre la indiferencia ignaciana y el amor joáneo
 
Von Balthasar conoció a Adrienne von Speyr (1902, La Chaux-de-Fonds; 1967, Basilea) en 1940, a través de un amigo común, y la frecuentó con periodicidad como confesor y director espiritual a raíz de la conversión de ésta al catolicismo.
 
Apenas en el seno de la Iglesia católica, se reveló en la persona de Adrienne no solamente una inusual cantidad de dones y gracias místicas, sino también se fue perfilando la objetividad de una misión teológica dentro de la Iglesia, a la que von Balthasar inmediatamente se vio ligado de manera ineludible por el resto de su vida y a la que dedicaría todas sus energías en adelante. Él mismo no dejaría de recordarlo en numerosas ocasiones y escritos posteriores.
 
En 1984 escribiría en Unser Auftrag:
 

“Este libro tiene sobre todo una tarea: la de impedir que después de mi muerte sea emprendido el intento de separar mi obra de la de Adrienne von Speyr. Esto demuestra que ello no es posible ni por lo que respecta a la teología ni a la fundación del instituto”.[26]
 

Y en 1968, en Erster Blick:
 

“En 27 años, y aunque como confesor y director espiritual tuve la ocasión de observar de cerca su vida interior, jamás he tenido la menor duda sobre la autenticidad de su misión. ¡Tan luminosa era la simplicidad con la que la vivía y me la comunicaba! Aconsejado por ella tomé las decisiones más duras de mi vida […] y no pocas veces he intentado también conformar mi visión de la revelación cristiana a la suya. Sin ella, muchos artículos aparecidos en los Skizzen zur Theologie nunca hubieran visto la luz. A ella le debo sobre todo la perspectiva fundamental de mi Herrlichkeit […], aunque ella no haya participado directamente en la elaboración de esta obra”.[27]
 

A través del impacto con Adrienne y su misión teológica es entonces que von Balthasar comprende el sentido de sus preocupaciones intelectuales y artísticas —junto con toda la amplitud de su cultura y talento natural— y a partir de ello comienzan a tomar “forma”: su forma definitiva.
 
Como escribe Marc Ouellet:
 

“Von Balthasar fue un hombre fuera de lo común. Músico, filólogo, poeta, patrólogo, filósofo. […] Pero toda esta cultura literaria, artística y teológica tenían un objetivo que él mismo no percibía claramente al principio. Lo explicita claramente en un librito reciente sobre el instituto secular que fundó con Adriana von Speyr hace ya más de 40 años: «Mi preparación literaria, filosófica y teológica sirvió como medio para recibir la plenitud de las intuiciones teológicas de Adriana y para darles una expresión adecuada»”.[28]
 

Las fundaciones realizadas por von Balthasar que surgen y crecen al amparo e inspiración de Adrienne von Speyr comienzan en 1941 con la Studentische Schulungsgemeinschaft, que era una asociación de estudiantes deseosos de vivir una vida cristiana en el ámbito de los estudios. Le sigue después, en 1945, la Akademische Arbeitsgemeinschaft, iniciada en un principio para seminaristas y jóvenes sacerdotes y después abierta también para laicos; y, en el mismo año, la Johannesgemeinschaft, en su rama femenina con tres postulantes.
 
Como fundamento teológico de la intuición que estaba detrás de estas fundaciones, von Balthasar escribirá los libros Der Laie und der Ordensstand,[29] en 1948, y Christlicher Stand,[30] no publicado sino hasta 1977 por reticencia de los superiores jesuitas, aunque estaba preparado ya desde aquellas fechas. Finalmente, por las dificultades para obtener el nihil obstat a las obras que iban surgiendo de la pluma de Adrienne, funda en 1947, con la ayuda financiera del doctor Josef Fraefel, no ya un instituto, sino una casa editorial independiente, a la que von Balthasar dedicaría asimismo gran parte de su vida: la Johannesverlag.
 
Esta tarea entrevista no sería en absoluto nada fácil para von Balthasar. Para ella había menester de algo más que cólera e indignación por una teología que cada vez más se hacía “sentada” y no de “rodillas”; hacía falta, como él mismo recuerda, desprendimiento y renuncia, una absoluta disponibilidad para una obra que no era suya:
 

“Quería demoler todo con rabia para volver a construir desde los fundamentos. Pero mi misión naciente era demasiado cosa mía. Me faltaba la indiferencia y la benevolencia que Ignacio y San Juan me comunicaron más tarde por medio de Adriana. Ella sufrió sus primeras pasiones por mí, para obtenerme una mayor disponibilidad a la misión. Dios lo dispuso así sin mérito de mi parte y sin que yo haya colaborado mayor cosa”.[31]
 

Hacía falta, pues, su propio dolor y la incomprensión de los demás: los de su orden religiosa y la jerarquía eclesiástica.
 
 
5. “Benedixit, fregit, deditque”
 
En 1947, con ocasión de la inminente emisión de los votos solemnes con los cuales estaría ligado definitivamente a su orden, von Balthasar es conminado por sus superiores a dejar de lado los destinos de la Johannesgemeinschaft —de la que los jesuitas no querían asumir la responsabilidad— y también la colaboración conjunta con Adrienne von Speyr, de quien en precedencia había hecho iniciar un discernimiento teológico que diera cuenta de los carismas y dones espirituales que manifestaba.
 
Con esa intención, habla por primera vez con el Superior general de la orden el 22 de abril del mismo año y, por segunda vez, en Roma el 22 de noviembre. El P. Johann Janssens lo remite, entonces, con el P. Henri Rondet para un diálogo “clarificador”, antes de tomar una resolución sobre su “caso”.
 
En 1948 von Balthasar es enviado a tomar los ejercicios espirituales de un mes con el P. Donatien Mollat, a cuya luz y consejo toma la decisión de salir definitivamente de la orden, pero no será sino hasta año y medio después, el 11 de febrero de 1950, en que von Balthasar pisará por última vez su “patria espiritual”: la Compañía de Jesús.
 
Qué precio haya tenido para von Balthasar —y para Adrienne von Speyr, que le había aconsejado— esta salida de la orden se puede barruntar un poco en las palabras que escribirá en 1968 en Erster Blick:
 

“Pero lo que superó realmente las fuerzas humanas [de Adrienne] fue la parte de responsabilidad que cayó sobre ella cuando me planteó la posibilidad de dejar la Compañía de Jesús, una vez que ya no había posibilidad de cumplir en el marco de esta orden el deber categórico, que nos habíamos impuesto, de fundar una nueva comunidad. Ciertamente yo tenía pruebas más que suficientes de que esta misión existía y debía ser comprendida como nosotros la comprendíamos: porque Dios tendrá siempre la posibilidad de expresarse sin ambigüedad por boca de una de sus criaturas (y especialmente en la Iglesia). Para mí, la Compañía de Jesús había sido la patria más querida, la más natural. La idea de que todo cristiano tiene más de una vez en la vida de «dejarlo todo», incluso una orden religiosa, para seguir al Señor nunca me había venido a la mente y me estremeció como un golpe súbito. Si bien yo tenía mis pruebas y actuaba en virtud de mi propia y personal responsabilidad —cosa que jamás he lamentado desde entonces—, para Adrienne, cuyo papel de intermediaria fue esencial, la corresponsabilidad fue, sin embargo, algo terriblemente violento”.[32]
 

Asimismo, se aprecia el dolor que esta decisión le tomó llevar a cabo en la carta que dirigió al Superior general, poco antes de su partida:
 

“Después de años de meditación y oración delante de Dios y de nuestro padre san Ignacio, he llegado a la conclusión —de la que lo he puesto al corriente en los dos encuentros orales— que Dios me ha reservado una tarea personal, particular, que no puedo confiar a otros; esquivarla o hacer oídos sordos significaría traicionar el amor de Dios en lo más íntimo de mí mismo. […] Si yo hoy ruego a su Paternidad de dispensarme del voto de entrar en la Compañía de Jesús y vivir en la pobreza, virginidad y obediencia, no es ciertamente para sustraerme de la cruz de la vida religiosa, para evitar someter mi espíritu y mi voluntad y seguir un plano personal, sino con la clara conciencia de ligarme a Dios y a nuestro padre Ignacio con una obediencia todavía más estrecha que me prive con severidad aun mayor de mi libertad, según aquello que fue dicho: «cuando seas viejo serás conducido a donde tú no quieras». Parto, entonces, voluntaria e involuntariamente al mismo tiempo. Voluntariamente, porque mi petición de licencia no tiene otra razón que la de obedecer a Dios. […] Pero parto también contra mi voluntad, constreñido por una serie de circunstancias a las que no puedo reconocer una necesidad ineluctable. […] Pero me fue igualmente claro que, desde el momento en que mi causa en Roma tomaba la forma de una alternativa, había terminado para mí mi permanencia en el seno de la Compañía. […]”.[33]
 

Una vez fuera de la orden, las dificultades, peripecias e incomprensiones fueron en aumento.
 
Ante todo, la salida obligada de la ciudad de Basilea por instancia del obispo del lugar, que ya desde antes (1947) miraba con recelos la presencia de la Johannesgemeinschaft; los rumores en torno a su persona por las “extrañas” relaciones con Adrienne von Speyr (que dio pie a la carta que von Balthasar escribió a sus compañeros de orden); la presencia en la ciudad de un “ex” religioso jesuita, salido de la orden en circunstancias no del todo claras; la proscripción del mundo académico por parte de la Congregación para la Educación Católica, por su condición canónicamente “inestable” (hacia 1952); el retiro del permiso para poder confesar; las penurias económicas por no contar con estipendio, a falta de incardinación eclesiástica; la terrible lucha durante seis años por un obispo que lo quisiera admitir en su diócesis (ocurrida sólo hasta 1956 con el obispo de la ciudad de Coira).
 
A lo anterior se suman, además, las repercusiones escandalosas suscitadas por el “candente” libro Schleifung der Bastionen. Von der Kirche in dieser Zeit,[34] publicado en 1952, que le ganó la fama de “teólogo liberal” por la fuerte insistencia en demoler los bastiones en que la Iglesia de su tiempo se había recluido, apartándose de lo que debería ser su “centro”: el mundo; y la terrible flebitis y leucemia que se ganó —con peligros de muerte— a causa de los prohibitivos ritmos de trabajo a los que se sometía dando aquí y allá tandas de ejercicios espirituales, dictando conferencias y escribiendo artículos y libros (entre 1957-1958).
 
Todavía, se podría citar, hacia finales de los años cincuenta, la extraña y desconcertante exclusión de von Balthasar de las comisiones teológicas preparativas del Concilio Vaticano II, convocadas por el nuevo Papa Juan XXIII, como hace observar Henri de Lubac:
 

“Resulta un poco desconcertante que, tras el primer anuncio del concilio por Juan XXIII hasta el presente, nadie se haya preocupado de invitar al P. H. U. von Balthasar para que trabaje en su preparación. En un reciente fascículo de Orientierung, el P. Ludwig Kaufmann hacía esta misma observación. Un poco desconcertante y, me atreveré a decir, humillante; pero hay que saber aceptarlo con humildad”.[35]
 

A la luz de todo esto, no se puede sino evocar el sentido “profético” que las palabras que von Balthasar hizo inscribir en el recordatorio de su ordenación sacerdotal iban a tener por el resto de su vida —en aquel entonces, de manera no del todo consciente— como él mismo dice en la carta que escribió sobre su vocación sacerdotal: benedixit, fregit, dedique.[36]
 
 
6. “La semilla de Hans… crecerá espléndida y abundantemente”
 
Después de la dolorosa vorágine de los años cincuenta, la década de los años sesenta representará —aparentemente— en la vida de von Balthasar un tiempo de calma y bonanza, así como de creciente producción teológica.
 
Calma y bonanza, en primer lugar, porque, por una parte, será el tiempo de los reconocimientos honoríficos y homenajes que, a partir del cumplimiento de sus 60 años, irán llegando hasta su apartado rincón de Basilea. El primero en hacer presencia será la Cruz de Oro que, desde el lejano Monte Athos, le fue otorgado por la Iglesia oriental (1965). Posteriormente, los doctorados honoris causa en teología que el “lejano” mundo académico le hará llegar a través de las universidades de Edimburgo y Friburgo (1965). Por último, hacia finales de los años sesenta, a manera de una tardía compensación por la bochornosa exclusión de la participación en el Concilio Vaticano II, concluido unos años antes, el nombramiento por parte del Papa Paulo VI como miembro de la reciente Comisión Teológica Internacional (1969).
 
De creciente producción teológica, en segundo lugar, porque a raíz de su alejamiento forzado del Concilio, pudo dedicarse a desarrollar y escribir lo que sería la parte más importante, profunda y conocida de su labor teológica y que le ganaría más fama al renombre mundial, que ya de por sí tenía, como a mediados de la década apuntaba Henri de Lubac:
 

“Sin duda alguna, en el fondo vale más que lo hayan dejado dedicado exclusivamente a su tarea, en la continuación de una obra de proporciones inmensas y de tal profundidad como la Iglesia no conoce ninguna otra en nuestra época, ya que de esta obra se aprovechará durante largos años venideros toda la Iglesia”.[37]
 

Esta obra a la que Henri de Lubac hace referencia es la primera parte de la famosa trilogía teológica  —Herrlichkeit—  que von Balthasar, desde 1960, iría escribiendo en siete volúmenes de manera regular y a ritmos impresionantes hasta 1967,[38] si bien ya algunos indicios de la misma se hallan en el artículo de 1959 “Offenbarung und Schönheit”, aparecido en la revista Hochland.[39] Aquí mismo se pueden ubicar la serie de ensayos teológicos reunidos bajo el nombre genérico de Skizzen zur Theologie, en sus tomos primero (Verbum Caro[40]), segundo (Sponsa Verbi[41]) y tercero (Spiritus Creator[42]). Los restantes volúmenes (Pneuma und Institution[43] y Homo creatus est,[44] el cuarto y el quinto, respectivamente) vendrían publicados años más adelante.
 
Pero aparente, en tercer lugar, debido a las interminables, cerradas y aceradas disputas teológicas en las que von Balthasar voluntaria e involuntariamente se vio envuelto con todas las secuelas que el Concilio y el postconcilio trajo consigo. Estos años nos presentarán a un von Balthasar agudo e irónico —y a veces también “inflexible”— a través de pequeños libritos que, no obstante su tamaño, representaron verdaderas “bombas de tiempo” para a todo aquel que los leía: Wer ist ein Christ?;[45] Cordula oder der Ernstfall;[46] Einfaltungen. Auf Wegen christlicher Einigung.[47] Temáticas y polémicas que aún se continuarían durante los años setenta (Klarstellungen. Zur Prüfung der Geister;[48] In Gottes Einsatz leben;[49] Die Wahrheit ist symphonisch. Aspekte des christlichen Pluralismus;[50] Der Antirömische Affekt. Wie lässt sich das Papsttum in der Gesamtkirche integrieren?;[51] Neue Klarstellungen[52]) y los ochenta (Kennt uns Jesus-Kennen wir ihn?;[53] Kleine Fibel für verunsicherte Laien;[54] Christen sind einfältig;[55] Was dürfen wir hoffen?;[56] Kleiner Diskurs über die Hölle[57]), con no menos ardor y polvareda.
 
1967 será, tras una penosa y prolongada enfermedad —desde 1964 estaba prácticamente ciega— el año en que también muere su partner en la misión teológica dentro de la Iglesia: Adrienne von Speyr. Cuatro días antes de morir expresó las siguientes palabras llenas de gratitud a modo de despedida: “Te auguro un futuro radiante y sereno … y espero que recuerdes las cosas maravillosas que hemos sido capaces de realizar juntos”.[58]
 
 
7. “Te auguro un futuro radiante y sereno”
 
Los últimos dieciocho años de su vida von Balthasar los pasará principalmente entre dos frentes distintos: la continuación de su trilogía teológica, en sus partes segunda y tercera, y las frecuentes enfermedades que, para un hombre de su avanzada edad, resultaban demasiado excesivas. Y a caballo entre ambas cosas, nuevos reconocimientos por su labor teológica.
 
La segunda parte de su tríptico teológico —Theodramatik—, tal vez tan amada o más que su anterior Herrlichkeit, le tomará cerca de diez años escribirla (1973-1983) en sus cinco volúmenes,[59] mientras que la tercera parte —Theologik—, escrita más en fuerza del impulso inicial de las otras dos partes que del deseo de concluir un proyecto, la escribirá en el tiempo relativamente corto de dos años (1985-1987).[60] Aun así, todavía tuvo los arrestos suficientes para escribir un apretado resumen —Epilog[61]— de la entera obra a manera de una apología encomiástica por el edificio construido a lo largo de veintisiete años (1987).
 
Mientras tanto, también los reconocimientos honoríficos fueron llegando con regular asiduidad.
 
En 1971 recibe el Premio Romano Guardini otorgado por la Academia Católica de Múnich de Baviera; en 1973 es nombrado Corresponding Fellow por la Academia Británica; en 1975 resulta triplemente distinguido: es nombrado Associé Étranger por la Academia Francesa, recibe el Premio para Traductores que le concedió la Fundación Hautviller, de París, mientras que la Fundación Martin Bodmer, de Zúrich le confiere el Premio Gottfried Keller.
 
En los Estados Unidos, por su parte, se celebra en 1977 el primer simposio sobre su pensamiento teológico, en la Catholic University of America, en Washington, y tres años más tarde (1980), esa misma Universidad le otorgaría el doctorado honoris causa en letras humanas, por lo cual von Balthasar dedicará a la misma Universidad, en agradecimiento por la distinción, el cuarto volumen de su Theodramatik.
 
Los últimos reconocimientos que von Balthasar recibiría en vida vendrían desde el corazón mismo de la Iglesia, la “catholica” a la que tanto amó y deseó servir en su larga existencia: el Premio Paulo VI, de manos del Papa Juan Pablo II, en 1984 y, al año siguiente, la celebración del simposio internacional “Adrienne von Speyr y su misión eclesial”, que le dio la última oportunidad de manifestar ante todo el mundo su agradecimiento y deuda intelectual a esta desconocida mística suiza.
 
Diez años atrás, había escrito en Erster Blick:
 

“En la actualidad, después de su muerte, la obra de Adrienne von Speyr me parece mucho más importante que la mía y la publicación de sus escritos inéditos me ocupa más tiempo que mis trabajos personales. Estoy convencido de que, en el momento en que sus obras sean accesibles, muchos cristianos compartirán mi opinión y darán gracias a Dios conmigo por haber reservado tales gracias a la Iglesia de hoy”.[62]
 

De tierras de habla hispana proviene, finalmente, el homenaje que cerrará toda una vida de labor teológica y servicio a la Iglesia. Este se celebró en el mes de mayo de 1988 con ocasión de la presentación en traducción española de su Gloria. Una estética teológica.[63] Este último encuentro intelectual dio la oportunidad a von Balthasar de ofrecer un último recuento, una apretada síntesis de su pensamiento; en fin, un “Intento de resumir mi pensamiento”.[64] Un mes después fallece en la ciudad de Basilea.
 
Como añade Peter Henrici:
 

“Para él, morir se volvió fácil. Él, que más de una vez debió presenciar una agonía, durante largos meses, a la cabecera de Adrienne —«un morir a cuentagotas»— pudo volver al cielo en plena actividad, mientras se preparaba para la solemne celebración del día siguiente. Así, de repente, de un momento a otro, él también, solo y sin ser notado, como su Padre san Ignacio. Era el 26 de junio de 1988, dos días antes de su elevación a cardenal. […] Sobre su escritorio estaba, terminado, el manuscrito para el regalo anual de navidad que hacía a sus amigos: «Si no os volvéis como niños…».  Este es su auténtico testamento”.[65]


* Fuente: Revista Vertebración (año 11, n. 43, 1998); Instituto de Investigaciones Humanísticas, de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. El documento puede descargarse en formato pdf pinchando en el siguiente enlace: Diazolguin (Hans Urs von Balthasar).


[1] A lo largo de su vida, principalmente a partir de los años 50, von Balthasar no dejó de ofrecer noticias sobre sus escritos y las intenciones que lo motivaron a escribirlas, así como preciosos datos biográficos. Sobre estos datos está elaborada la siguiente biografía y a ellos nos remitimos frecuentemente: Rechenschaft 1965. Mit Einer Bibliographie der Veröffentlichungen Hans Urs von Balthasar zasammengestellt von Berthe Widmer; Johannes Verlag, Einsiedeln, 1965; Erster Blick auf Adrienne von Speyr; Johannes Verlag; 1968 [Adrienne von Speyr. Vida y misión teológica; Encuentro, Madrid; 1986]; Unser Auftrag; Einsiedeln; 1984; Prüfet alles, das Gute behaltet; Schwaben Verlag; Ostfildern; 1986.
[2] Una breve noticia sobre su pensamiento filosófico la ofrece el ensayo de Peter Henrici, “La filosofia di Hans Urs von Balthasar”. En Hans Urs von Balthasar. Figura e opera; traduzione italiana di Ellero Babibi, Edizioni Piemme, 1991, pp. 305-334.
[3] Communio, Köln; 1989. En adelante, empleamos la traducción italiana de esta obra, recogida en la nota anterior (Figura e opera).
[4] Figura e opera, pp. 13-14.
[5] Paradoja y misterio de la Iglesia, Sígueme, Salamanca, 1965, pp. 186-187.
[6] “Primo sguardo su Hans Urs von Balthasar”. En Figura e opera, p. 26. Título original: “Erster Blick auf Hans Urs von Balthasar” (cf. nota 3).
[7] Carta al P. Antonio Sicari. En Communio 105 (1989), edición italiana, p. 10.
[8] “Un uomo della Chiesa nel mondo”. En Figura e opera, pp. 457-458.
[9] Citado por Elio Guerriero, Hans Urs von Balthasar; Edizioni Paoline, Milano, 1991, p. 20.
[10] Unser Auftrag, p. 30. Citado por P. Henrici, en Figura e opera, p. 28.
[11] “Quel che devo a Goethe”. Discorso per il conferimento del Premio Mozart; Innsbruck, 22 de mayo de 1987. Documento incluido como apéndice VI en E. Guerriero, op. cit., p. 396.
[12] Carta reportada por P. Henrici, en Figura e opera, p. 29.
[13] Ídem.
[14] Unser Auftrag, p. 31. Reportado por E. Guerriero, op. cit., p. 21-22.
[15] Zúrich, 1930.
[16] Prüfet alles, p. 8. Reportado por E. Guerriero, op. cit., p. 23.
[17] A. Pustet, Salzburg. Band I: Der Deutsche Idealismus, 1937; Band II: Im Zeichen Nietzsches, 1939; Band III: Die Vergöttlichung des Todes, 1939.
[18] Reinhold Schneider. Sein Weg und sein Werk, Hegner, Colonia-Olten, 1953.
[19] Gelebte Kirche Bernanos, Johannes Verlag, Einsiedeln, 1988.
[20] Therese von Lisieux. Geschichte einer Sendung, Hegner, Colonia-Olten, 1950.
[21] Elisabeth von Dijon und ihre geistliche Sendung, Hegner, Colonia-Olten, 1952.
[22] Carta publicada en el libro colectivo ¿Por qué me hice sacerdote?; a cargo de Jorge Sans Vila, Sígueme, Salamanca, 19896, pp. 14-15.
[23] Figura e opera, p. 34. La última frase, de von Balthasar, está tomada de Rechenschaft 1965, p. 34.
[24] En Adrienne von Speyr, Erde und Himmel. Ein Tagebuch, Band II: Die Zeit der Großen Diktate, editado y traducido por Hans Urs von Balthasar, Einsiedeln, 1975; p. 175 s.
[25] Hegner, Colonia-Olten, 1951.
[26] Johannes Verlag, Einsiedeln; 1984; p. 11.
[27] Citamos por la versión castellana: Adrienne von Speyr. Vida y misión teológica, Encuentro, Madrid, 1986, pp. 7-8.
[28] Introducción a la obra de Hans Urs von Balthasar; primera conferencia del ciclo Homenaje a Hans Urs von Balthasar que el autor impartió en Buenos Aires y Córdoba, Argentina, en octubre de 1989; pp. 2-3 [Lamentamos no tener la referencia bibliográfica exacta]. El texto de von Balthasar al que Oullet hace referencia es L’Institut Saint-Jean; Lethellieux, p. 36.
[29] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1948.
[30] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1977.
[31] Adrienne von Speyr, Erde und Himmel; Band I, p. 1579. Citado por M. Ouellet, op. cit., p. 5.
[32] Citamos por la versión castellana: Adrienne von Speyr. Vida y misión teológica; pp. 38-39.
[33] “Lettera di saluto ai confratelli”. Documento incluido como apéndice II en E. Guerriero, op. cit., pp. 371-373.
[34] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1952.
[35] Paradoja y misterio de la Iglesia, p. 183.
[36] ¿Por qué me hice sacerdote?, p. 15. Al respeto, añade P. Henrici, que von Balthasar, el día de su primera celebración eucarística, “Subrayó el «partió» con tal insistencia que esto quedó grabado en quien lo escuchó para toda la vida, imposible de borrar  de la memoria”. Figura e opera, p. 37.
[37] Paradoja y misterio de la Iglesia, p. 183.
[38] Todos, publicados por Johannes Verlag, Einsiedeln.
[39] En el n. 51, 1959, pp. 401-414.
[40] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1960.
[41] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1960.
[42] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1967.
[43] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1974.
[44] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1986.
[45] Herder, Freiburg, 1965.
[46] Johannes Verlag, 1966.
[47] Kösel Verlag, Munich, 1969.
[48] Herder, Freiburg, 1971.
[49] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1971.
[50] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1972.
[51] Herder, Freiburg, 1972.
[52] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1979.
[53] Herder, Freiburg, 1980.
[54] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1980.
[55] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1983.
[56] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1986.
[57] Schwaben Verlag, Ostfildern, 1987.
[58] Adrianne von Speyr, Erde und Himmel; Band III, p. 2379. Citado por J. G. Roten, “Le due metà della luna. Le dimensioni antropologiche-mariane nella comune missione di Adrienne von Speyr e Hans Urs von Balthasar”, en Figura e opera, p. 151.
[59] Todos, publicados por Johannes Verlag, Einsiedeln.
[60] Todos, publicados por Johannes Verlag, Einsiedeln.
[61] Johannes Verlag, Einsiedeln, 1987.
[62] Citamos por la versión castellana: Adrienne von Speyr. Vida y misión teológica; p. 8.
[63] Ediciones Encuentro, Madrid (publicadas entre 1985-1990).
[64] Communio 10 (1988), edición española, pp. 284-288.
[65] Figura e opera, p. 83. El librito al que se refiere P. Henrici es: Wenn ihr nicht werdet wie dieses Kind, Schwaben Verlag, Ostfildern; 1989.

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