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Posts Tagged ‘Karol Wojtyła’

I

Con frecuencia se piensa que la libertad de un hombre “termina” donde la libertad de otro hombre empieza. Creo que la fórmula correcta es más bien la contraria: la libertad de un hombre “comienza” a partir de la libertad de otro hombre; o mejor todavía, cuando ambas se encuentran y, a partir de dicho encuentro, vislumbran un camino común, un destino conjunto, una historia compartida, que no existen hasta el exacto momento en que ambas libertades se ponen en juego.

II

En El taller del Orfebre,[1] el poeta Karol Wojtyla expresa con toda claridad esta forma de entender la naturaleza de la libertad. En la escena inicial del primer acto, pone estos profundos pensamientos en la mente de Teresa cuando ella repasa interiormente el momento en que Andrés le pidió matrimonio:

Andrés me ha elegido y ha pedido mi mano.

Ha ocurrido hoy, entre las cinco y las seis de la tarde.

[…]

Caminábamos precisamente por el lado derecho de la plaza

cuando Andrés se volvió hacia mí y dijo:

“¿Quieres ser la compañera de mi vida?”.

[…]

Y lo dijo mirando hacia delante,

como si temiera leer en mis ojos

y, al mismo tiempo, como si quisiera indicar

que frente a nosotros hay un camino

cuyo fin no podemos ver;

hay un camino —o por lo menos puede haberlo—

si yo a su petición contesto “sí”.[2]

III

Pensar la libertad de otros como un “límite” de la libertad propia conduce, a la larga, a verlos a todos como obstáculos, como impedimentos, como estorbos, de los cuales hay que escapar lo antes posible para mantener la propia libertad a salvo. Pero una libertad así se vuelve solitaria con el tiempo y, en esa condición anómala, comienza a sucumbir a la dictadura de los propios deseos, que sólo han de volverla caprichosa.

* El documento puede descargarse en formato pdf pinchando en el siguiente enlace: Diazolguin (Libertad y destino).

[1] Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1980.

[2] pp. 3-4 (con leves modificaciones).

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A través de mis años he visto por diferentes medios peticiones de matrimonio bastante originales: en autos, en aviones, en barcos, en trenes; aventándose en paracaídas, buceando bajo el mar, escalando montañas, manejando en autopistas; en recintos deportivos, en eventos artísticos, en programas televisivos; en restaurantes, en iglesias, en escuelas; en la intimidad del hogar y de la familia o en la publicidad de una plaza ante extraños.

En ellas, el anillo que explicita el compromiso, ha sido entregado de formas inimaginables: en regalos, en bebidas, en alimentos, en utensilios, en actos de magia, en sobres de mensajería, en prendas de vestir, en artículos deportivos, en globos. Las ceremonias, a través de las cuales se ha concretizado tal petición, han ido de lo sorprendente y fastuoso hasta lo ridículo y ordinario, sin tomar en cuenta el número de invitados, que puede ir de lo masivo hasta lo selecto.

Sin embargo, todas estas parejas que así se han comprometido y que se distinguen unas de otras por la originalidad de su mutuo compromiso, se enfrentan por igual a la misma cuestión que el matrimonio les plantea apenas éste se concerta; esa cuestión que El taller del Orfebre de Karol Wojtyla[1] ha sabido expresar —me parece— con toda claridad, belleza y dramatismo:

El amor, el amor pulsa en las sienes.

Se vuelve en el hombre pensamiento y voluntad:

voluntad de Teresa de ser Andrés,

voluntad de Andrés de ser Teresa.

Es extraño, pero necesario.

Y de nuevo separarse,

porque el hombre no perdura en el hombre indefinidamente

y el hombre no basta.

¿Cómo hacer, Teresa,

para permanecer en Andrés para siempre?

¿Cómo hacer, Andrés,

para permanecer en Teresa para siempre?

Puesto que el hombre no perdura

en el hombre

y el hombre no basta.[2]

* El documento puede descargarse en formato pdf pinchando en el siguiente enlace: Diazolguin (Matrimonio)

[1]  Bac, Madrid, 1980.

[2] p. 29.

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