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Posts Tagged ‘Paternidad’

—Palabras de despedida—

Estimados:

I

En el momento en que nos nace un hijo, nos enfrentamos inmediatamente a un conjunto de preocupaciones muy puntuales: si tiene calor o frío, si está durmiendo bien, si su alimentación es adecuada, si está ganando peso, si puede librarse de los cólicos, si no se ha enfermado, si hay que llevarlo al médico, si hay que aplicarle tal o cual vacuna, o simplemente si está bien o se siente mal.

Conforme el hijo va creciendo al paso de los meses, las preocupaciones por él se multiplican y se vuelven más complejas: si es posible sacarlo de casa con mayor frecuencia, si resiste los cambios de clima más pronunciados, si puede ingerir alimentos sólidos y más variados, si ya es capaz de comer por sí solo, si puede exponerse al contacto con otras personas, si ya comienza a dar sus primeros pasos o al menos a gatear por la casa, si puede sostener objetos más pesados con sus manos.

Estas preocupaciones son legítimas, y expresan, a su manera, nuestro compromiso por la vida de los hijos. Muy pronto, sin embargo, nos muestran sus límites, porque abarcan una esfera muy limitada de la vida. Se encuentran en el plano de la “sobrevivencia”, pero aún no nos hemos adentrado en el ámbito de la “existencia”. En este ámbito nos adentramos no cuando los hijos nos hacen ver sus múltiples necesidades, sino que nos dejan entrever sus más profundas exigencias; por ejemplo, la de ser amados hasta el extremo, la de ser acogidos sin condiciones, la de ser acompañados con apertura, la de ser perdonados sin reservas. Una de las más grandes quizá es la de saber si se encuentran en medio de la vida como “hijos”, porque entonces esto los abre a la conciencia de que frente a ellos hay un “padre”. Pues no es lo mismo caminar por la vida sin referencias que hacerlo a la sombra discreta de una “presencia”. Estas exigencias marcan la distinción radical entre la felicidad y la infelicidad, entre el cumplimiento de la vida o su desplome.

Las más de las veces, los hijos formulan estas exigencias sin palabras y por eso es tan difícil darse cuenta de ellas. Además, éstas se esconden casi siempre detrás de sus necesidades y nosotros las pasamos por alto a causa de nuestras preocupaciones. Pero están allí, y configuran de manera particular la personalidad de cada hijo, delinean con precisión su fisonomía humana, establecen las dimensiones y las coordenadas de sus vidas. Aparecen cuando juegan o hacen los deberes, conversan animadamente o se recluyen en el silencio; también cuando se alejan de nosotros por momentos o nos siguen por doquier a sol y a sombra; están sobre todo cuando nos desafían con sus rebeldías o nos confrontan a través de sus decisiones. Para ellas no hay diferencia entre la quietud de un templo o el bullicio del patio de una escuela, el recinto cerrado y protegido de la casa o la amplitud sin defensa de la calle y los centros comerciales.

Estas exigencias piden respuestas muy específicas, porque tienen que ver con “significados”; pero no se satisfacen con palabras y mucho menos con explicaciones o teorías. De hecho, nosotros damos respuesta a estas exigencias antes de siquiera abrir la boca porque tienen que ver más bien con nuestro “testimonio”. Testimonio no es lo mismo que decir “ejemplo”. Este último tiene una pretensión moral y normalmente es desmentido por las incoherencias; además, casi siempre está en función de otros. El primero, en cambio, es personal; está centrado en “algo” que se ha encontrado o, por mejor decir, que se ha “visto” y se ha “tocado”; algo que tal vez no nos ha hecho ser más buenos, pero a cambio nos ha llenado de “certeza”: la certeza de que la vida se cumple, de que tiene un cometido y en última instancia vale la pena, a pesar de un sinfín de vicisitudes. Esto es lo que le decimos a lo hijos cuando afrontamos todas las circunstancias de la vida, porque salimos al paso de todas ellas con la conciencia de esto que nos ha ocurrido. Se lo decimos con nuestras posturas, nuestras actitudes, nuestros comportamientos pero, sobre todo, con nuestro rostro; porque el rostro de un hombre lleno de certeza no es sombrío o melancólico, sino sereno y luminoso.

II

Cuando se conjuntan las exigencias de los hijos y el testimonio que certificamos los padres nos adentramos en el ámbito educativo, sin abandonar del todo la esfera de la crianza. La esfera de la crianza, como se ha dicho, está hecha de las necesidades de los hijos y nuestras preocupaciones como padres; en cambio, el ámbito educativo está conformado del continuo testimonio que damos los padres a las dramáticas exigencias de los hijos.

Esta es la razón por la que los padres somos los primeros educadores de los hijos; pero lo somos a condición de que tengamos algo que decirles, o mejor dicho, que compartirles, que vivir en común con ellos, que reconocer en conjunto, porque aquello que un hombre ha encontrado y lo ha llenado de certeza es también capaz de llenar de certeza a más hombres.

En el ámbito educativo no tienen cabida los discursos y mucho menos los sermones; no hay necesidad de castigos o al menos de amenazas. Por un lado, es una esfera de motivos; por otro, es una esfera de respuestas libres. El motivo es nuestro rostro de padres rebosante de certeza por aquello que hemos encontrado; la respuesta no es otra que la libertad de cada hijo que ha decidido ir al fondo de sus exigencias. Es un camino que da por resultado el entretejimiento de una historia.

Si se pudiera traducir en lenguaje novelado lo que tiene lugar en el ámbito educativo, escucharíamos nuestra voz de padres que le dice a cada hijo: “ven y acércate”, “mira lo que encontré un día”, “a partir de entonces estuve un poco más contento, estuve un tanto más seguro”; y oiríamos a la voz de nuestros hijos decir por cada uno: “¿qué es esto?”, “¿a dónde me conduce?”, “voy a ver de qué se trata”, “acaso a mí también me ayude”. Nuestros hijos se darían cuenta que hablamos por nosotros mismos, más no de nosotros mismos; y nosotros nos daríamos cuenta de que nuestros hijos acogen lo que decimos no porque se sientan coaccionados, sino porque se sienten interpelados y provocados por aquello que decimos. Esto genera entre todos un sentido de pertenencia, establece las condiciones indispensables de una familia. A ellos los llena de asombro y gratitud al mismo tiempo; en nosotros despierta alegría mezclada de esperanza. Pero en todos hay una conciencia íntima de caminar hacia el destino, juntos.

III

Esta dinámica que caracteriza el ámbito educativo se replica después por todas partes. Cobra forma allí donde los hombres entran en relación unos con otros por alguna causa: intereses deportivos, asuntos profesionales, inquietudes artísticas, intercambios comerciales. A todos ellos se llega con necesidades muy específicas pero también con las exigencias más humanas. En todos ellos se encuentra, tarde o temprano, el testimonio de alguien que aclara los caminos y aquieta las zozobras. Sólo que aquí ya no se trata de padres e hijos sino de amigos y no se conforman propiamente familias sino comunidades.

Un lugar donde esta relación y esta dinámica cobra particular relieve es la escuela; tal vez porque es el primer espacio que los chicos pisan después de la familia. A él se allegan para adquirir ciertos conocimientos o capacitarse en algunos oficios. Pero también para verificar si el testimonio que sus padres les han dado se sostiene fuera de la casa. Un momento especial en la vida cotidiana de las clases es cuando los chicos encuentran ciertos profesores en los que se confirma el testimonio de los padres pero a su vez abren para ellos nuevas posibilidades a través de nuevas perspectivas. A partir de entonces, las aulas dejan de ser tan sólo lugar de aprendizajes para volverse el despuntar prometedor de una nueva familia.

IV

En nuestra Maestría de Filosofía de la Educación hemos querido reflexionar sobre la educación desde muchas perspectivas, pero el punto de partida básico ha sido siempre el mismo: hemos entendido la educación como una forma particular de vivir la paternidad y madurar a través de ella. Hemos pensado que no hay educación donde los hombres no se hacen presentes con sus hondas exigencias como tampoco donde no haya hombres que las acojan y les den respuesta con un testimonio. Con los recursos que nos dan algunas disciplinas hemos intentado comprender la naturaleza y el sentido de las exigencias humanas pero también hemos tratado de desentrañar la importancia de los testimonios de los hombres. Por eso hemos dedicado mucho tiempo para explorar a la persona pero también a examinar los distintos valores de los que ésta se alimenta.

Pero, más allá de esto, hemos querido proponer nuestra amistad y la comunidad de la que nace como un ámbito educativo en sí mismo. No por una pretensión oscura y desmedida, sino por la alegre seguridad que nos da una certeza. En algún momento de la vida, los que estamos aquí encontramos algo bueno, bello y verdadero y eso es en el fondo lo que hemos querido compartir a todos ustedes a través de nuestras clases. Esperamos que este testimonio no sea inane y les siga diciendo algo más allá de este posgrado.

A nombre de todos mis compañeros, quiero expresarles nuestra alegría por la conclusión de sus estudios, especialmente por los tiempos difíciles en que les tocó emprenderlos y la forma comprometida con que los sacaron adelante. Nos complace comprobar lo mucho que han crecido en todos estos meses, la maduración humana que han alcanzado. Pero, sobre todo, nos llena de gratitud la amistad que generosamente nos han brindado.

Muchas felicidades y bien venidos a su casa.


* Acto de clausura de la primera generación de la Maestría en Filosofía de la Educación del Centro de Investigación Social Avanzada. Querétaro, sábado 20 de agosto de 2022 El documento puede descargarse en formato pdf pinchando en el siguiente enlace: Diazolguin (La educación como un gesto de paternidad).

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