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Posts Tagged ‘vida espiritual’

Estimado amigo:

Agradezco el artículo de tu autoría que hace algunas semanas me hiciste llegar. Agradezco, sobre todo, la confianza que has tenido en mí para hacer una lectura crítica de tus planteamientos. Espero estar a la altura de tus exigencias y expectativas pero, sobre todo, de la amistad que me prodigas.

Lo que te comparto a continuación es la primera reacción que ha generado en mi mente tu escrito. Quizá por ello, mis palabras deban ser acogidas más bien con benevolencia que con seriedad. El trabajo de las clases de los últimos días me ha impedido de hacer una lectura atenta y juiciosa. De todos modos, pienso que sabrás sacar algún provecho de algunas de mis observaciones.

I

Ante todo, quisiera decirte que tu trabajo me ha gustado mucho, y creo que los encargados de cualquier revista académica estarían dispuestos a publicarlo sin mayores problemas. Pienso que acercarnos a la naturaleza del hombre a través de la consideración de ciertas situaciones vitales —como haces en tu artículo— es una tarea que necesitamos con urgencia en los tiempos actuales. Su cotidianidad, por un lado, y su concreción, por el otro, contrastan en buena medida con los discursos abstrusos y desarraigados que abundan en los medios intelectuales dentro de los cuales nos movemos. Nos revela, además, la profundidad que hay tras los hechos y actos en apariencia comunes y sencillos, como dormir, despertar, asearse, saludar, comer, ordenar, reír, trabajar y, en el caso presente, caminar.

Tu escrito me recordó —dicho sea de paso— la forma magistral como Romano Guardini describe en su librito Los signos sagrados[1] los fenómenos elementales de la liturgia (como arrodillarse, mantenerse de pie, marchar, hacer el signo de la cruz o golpearse el pecho) y el modo genial como Georg Simmel se acerca en sus libros El individuo y la libertad[2] y Sobre la aventura[3] a la estética de la naturaleza (“Los Alpes”), el valor de los utensilios (“El asa”), la importancia de las obras culturales (“Puente y puerta”) y el secreto de los despojos de éstas (“Las ruinas”).

II

Una cosa que me ha llamado la poderosamente atención de tu trabajo es su “brevedad”. Sé que no todas las composiciones musicales están llamadas a ser obras monumentales y que en un discreto “nocturno” de Chopin hay tanta belleza como en una clamorosa “sinfonía” de Beethoven. Pero me parece que la brevedad de tu trabajo está más vinculada a una cuestión de “inacabamiento” que a una propuesta formal específica (como los ensayos de Guardini que recién he mencionado, que propiamente pueden considerarse verdaderas “miniaturas” intelectuales, cuya brevedad es parte específica de su forma).

Si bien es claro lo que quieres compartir con tu escrito, creo que éste no ha podido trascender aún el carácter de un “esbozo”. Esto lo aprecio justamente en las dos palabras que resumen el contenido de tu artículo: no sólo quieres hablar de los caminos en sí y del caminar en cuanto tal, sino además buscas poner de relieve la importancia formativa que se encuentra en ambas cosas, con miras a exaltar tanto el encanto como la seducción que fundamentan su estética. Pero lo primero abarca tan sólo un tercio de tu trabajo y lo segundo no va más allá de un breve párrafo.

III

Aunado a lo anterior, creo que hace falta abordar con mayor detenimiento algunos de los conceptos centrales del escrito, tocarlos desde diferentes perspectivas y enriquecerlos con distinciones importantes.

Por un lado, pienso en el acto de “caminar”: el hombre podría definirse correctamente —creo yo— como homo ambulans. Pero, ¿qué es “caminar”? No sólo saber por qué caminamos o para qué caminamos y ni siquiera entender en qué consiste caminar, sino propiamente determinar qué significa en sí misma esta actividad. Pues de la respuesta a esta pregunta podemos entender también por qué caminar nos “define” como hombres. Y bajo esta perspectiva, cabría preguntarse: ¿los animales caminan o únicamente se desplazan o, más aún, sólo se mueven? Pero los hombres no sólo caminamos; también paseamos, peregrinamos, marchamos, deambulamos, vagamos, erramos, andamos sin rumbo e incluso nos extraviamos. Así que nos encontramos ante un fenómeno sumamente complejo, lleno de muchas implicaciones y sentidos. En cada acto, además, vamos siendo “algo” distinto o, incluso, “alguien” diferente: caminar, por así decir, nos desplaza; pero pasear nos recrea y peregrinar nos purifica; cuando vagamos nos desentendemos de todo (incluso de nosotros mismos), pero cuando nos extraviamos nos perdemos a nosotros mismos (aun estando en medio de todo). Y esto, sin tomar en cuenta todavía si vamos solos o acompañados por alguien; pues caminar puede ser un acto solitario o social, público o íntimo. Podemos pasear solos por cualquier parte, pero peregrinar hacia un sitio sólo podemos hacerlo con alguien más. Por cierto, la palabra “compañía” puede entenderse en un sentido estático, inmóvil, quieto; pero “acompañar” no puede entenderse más que a través del acto de caminar, esto es, de marchar con alguien.

Por otro lado, pienso en esa realidad denominada “camino”: ese nexo mediante el cual dos puntos, entre sí distantes en el espacio, se aproximan. A este respecto, ¿los animales cuentan con “caminos”? Uno está tentado a decir que sí cuando se observan a las manadas de búfalos, cebras, antílopes, elefantes desplazarse cada año por las sabanas africanas, pasando de un punto determinado a otro punto también determinado. Pero, ¿son “caminos” en sentido estricto? ¿No hollan solamente la tierra con la fuerza de su paso continuo, movidos por el hambre o la necesidad de agua? Esas pisadas, ciertamente, pueden detectarse con claridad por la sabana, puede seguirse con precisión el rumbo que siguen; ¿pero su presencia física puede considerarse un “camino”? ¿No son tan sólo meras marcas que el paso continuo por un lugar ha dejado impresas en el suelo? Los caminos presuponen el dominio espiritual sobre los espacios físicos; de lo contrario, no pueden trazarse y mucho menos seguirse. Detrás de cada camino, además, hay un acto espiritual de instauración y de apertura. Su existencia requiere tanto de la inteligencia como de la voluntad del hombre: lo primero, para entrever sus posibilidades; lo segundo, para que dejen de ser meras posibilidades. Pero los caminos no sólo unen puntos distantes del espacio, sino que de hecho “abren” el espacio, rompen la homogeneidad de su continuo; haciéndolo, vuelven la tierra un espacio “habitable” para el hombre (o, en este caso, tal vez sea mejor decir “transitable” para éste). Es necesario reflexionar, además, sobre los distintos “tipos” de caminos: desde un modesto sendero en la montaña o en el bosque hasta una avenida flamante en una gran ciudad. Lo mismo hay que decir de las condiciones y características de los caminos: sinuosos, rectos, accidentados, llanos, resbalosos, inclinados, polvorientos, pavimentados.

Estas disquisiciones no son meros ejercicios intelectuales; están encaminadas a una comprensión nueva y diferente del hombre: de su vida espiritual y, a su vez, moral. Por ejemplo, no hay manera más gráfica de entender la naturaleza de la decisión —y de vislumbrar el drama de la vacilación que la precede— que hallarse delante de un camino que de repente se “bifurca”. Asimismo, nada ayuda a comprender con tanta claridad la dinámica del perfeccionamiento moral que un camino “sinuoso” y “cuesta arriba”. La vida de los hombres buenos, además, puede no ser siempre un camino “llano”, pero finalmente será un camino “recto” (como afirma el salmo primero de la Biblia). Por otro lado, nada ayuda tanto a un hombre a concebir el significado de la vida que el acto mismo de estar “en marcha”, esto es, de “caminar”. No por nada, el hombre antiguo amaba definirse a sí mismo — especialmente desde el punto de vista cristiano— como homo viator.

IV

Una cuestión que en tu escrito no me quedó muy clara es la equiparación del caminar con el “navegar” (por ejemplo, en los primeros dos apartados). Aparentemente son lo mismo, por cuanto que en ambas acciones dos puntos distantes entre sí finalmente se conectan (como el Viejo Mundo con el Nuevo Mundo o México con las Filipinas). Pero aquí el punto a considerar no es tanto lo que se consigue, sino la forma en que se hace. No estoy tan seguro que en el navegar se encuentren sin más las mismas características que en el caminar.

Por lo pronto, el sentido de “errar” o de “pasear” parece no tener equivalente con el mundo marítimo (a menos que así se entienda cierta navegación deportiva). En contraparte, el navegar aporta otras categorías para vislumbrar la naturaleza del hombre que no tienen paragón con el caminar; por ejemplo, “ir a la deriva” o “naufragar”. Además, en el navegar hay un fenómeno peculiar que no tiene un equivalente en el caminar; pues mientras en este último acto todo es “actividad”, “operatividad”, en el otro acto hay también un sentido de “inercia” o “pasividad” pues, aparte de remar para cruzar los océanos de un punto a otro existe también un ser llevado los por vientos propicios de un extremo a otro del anchuroso mundo.

V

Caminar tiene repercusiones sobre las tres dimensiones del hombre; esto es importante para comprender su aspecto formativo.

Por un lado, el cuerpo se fortalece, al mismo tiempo que se tonifica; y esto, por la práctica continua del caminar, pero también por la distancia recorrida al hacerlo. Caminar nos mantiene “saludables”.

Por otro lado, experimentamos distintos estados de ánimo mientras caminamos (alegría, paz, solaz, deleite) o caminar nos da la posibilidad de pasar de un estado de ánimo negativo a un estado de ánimo más favorable (como cuando uno está embotado por el trabajo, entumecido creativamente, frustrado por algún inconveniente, triste por una circunstancia adversa). Caminar nos mantiene “equilibrados”.

Asimismo, nuestro espíritu madura, se eleva, ahonda en sí mismo, se purifica al caminar; y esto, tanto en el intelecto como en la voluntad; ya en la esfera conativa como en la esfera afectiva. En efecto, al caminar, pensamos, reflexionamos, meditamos, contemplamos, sopesamos, ponderamos, decidimos, resolvemos; unas veces deseamos y otras veces esperamos, da salida a nuestra búsqueda y motivos a nuestra expectativa. Caminar nos “plenifica”.

VI

Una cosa que he echado de menos en tu escrito es el influjo de la tecnología tanto en el acto de caminar como en la naturaleza de los caminos. Ante todo, ésta ha tenido un efecto hasta cierto punto benéfico sobre los caminos: los ha allanado y ha reducido en mucho su sinuosidad; también ha minimizado su carácter agreste, convirtiéndolos en modernas vías. Y, si bien no puede disminuir la distancia espacial que separa los puntos que conecta, ha contribuido a que el recorrido de los mismos sea ágil, expedito, sin complicaciones y que en la vivencia humana de recorrerlos casi “ni se sientan”.

Esto último significa, a su vez, que el acto de caminar se ha transformado. Por lo pronto, los hombres experimentamos menos fatiga al hacerlo, pues no es lo mismo ir cuesta arriba en una montaña por un camino sinuoso abierto apenas entre las rocas y las malezas que por una anchurosa autopista pavimentada que va hacia arriba casi en línea recta. La velocidad de caminar también se ha modificado. Las modernas vías han contribuido a que caminar sea un ejercicio cada vez más rápido y llegue incluso más lejos respecto a otros tiempos.

Mas, como decía Romano Guardini en sus escritos fenomenológicos sobre la cultura (como en La cultura como obra y riesgo[4]), toda aportación cultural no sólo trae un beneficio (inmediato) para el hombre, sino también una pérdida (a largo plazo) para éste.

Con las aportaciones tecnológicas, por ejemplo, el caminar del hombre se ha hecho más rápido, pero también se ha vuelto apresurado, precipitado, frenético. Esto, por un lado, genera tan sólo impaciencia y desesperación en el hombre, impidiéndole experimentar otros tipos de vivencias (paz, sosiego, regocijo); pero, por el otro, reduce la riqueza polifacética del caminar a una sola de sus versiones: “ir”, pero ya no “peregrinar”, “marchar”, “pasear”. El caminar del hombre moderno es más funcional que estético; se rige por criterios pragmáticos, más que por motivos sociales y razones espirituales.

La naturaleza de los caminos también se ha modificado con las aportaciones tecnológicas. De hecho, lo primero que ha conseguido —por paradójico que parezca— es que desaparezca el caminar. Los hombres modernos difícilmente caminan, pues este acto ha sido suplido por los vehículos de cualquier especie: mecánicos (bicicletas) o motorizados (autos). Esto se nota, a su vez, en la forma de sus cuerpos, la índole de sus estados de ánimo y su pobreza espiritual.

Por si fuera poco, los caminos como tales también han desaparecido, empezando porque su diversidad de tipos se ha reducido al estándar monocromático de las avenidas, hechas de concreto o de pavimento; pero, a su vez, porque su estética se ha retirado vergonzosamente ante la dictadura de la funcionalidad y la economía. Por otro lado, los caminos actuales unen tanto que ya no “separan” y, con ello, consiguen que la complejidad del mundo desaparezca ante la homogeneidad del espacio.

VII

Lo anterior, como podrás darte cuenta, afecta a la percepción que tiene el hombre de sí mismo y de la vida. Habría que hablar aquí en un lenguaje simbólico para entenderlo con claridad, pues los caminos y el caminar no sólo están en el plano inmediato de la existencia, sino se extienden a su vez a una dimensión profunda que no es irrelevante para el hombre, por su carácter significativo. Voy a expresar esto con las palabras mismas de Romano Guardini.

En el libro Cristianismo y sociedad,[5] Guardini afirma lo siguiente sobre el carácter simbólico de los caminos:

“Hay figuras que, por encima de su sentido inmediato, manifiestan un segundo sentido, más profundo. Son capaces de iluminar la existencia y de darle una orientación. […] Lo mismo puede decirse del «camino». Lo conocemos gracias al mundo de las obras de utilidad pública, como el presupuesto de una marcha segura; pero desde el momento en que lo asocio con el concepto de «vida» se transforma en una imagen y me enseña algo sobre la existencia. Me dice que, en general, se puede caminar; me recuerda la posibilidad de perderse; afirma que hay un punto de partida y de llegada, que son necesarios el esfuerzo y el reposo, que existen la intemperie y el hogar, etc.”.[6]

Poco más adelante, en la misma obra, Guardini sostiene con más precisión acerca de la misma idea:

“Hablando de la época actual, Rainer Maria Rilke dice, en su Novena Elegía del Duino, que la forma actual de trabajar [para el hombre] es un «operar sin imagen». Lo que el término «imagen» significa aquí tal vez podríamos esclarecerlo de la siguiente manera:

Las imágenes son representaciones que surgen del contacto con una cosa concreta o con un acontecimiento determinado, pero cuyo significado impregna la existencia entera. Ellas iluminan y expresan modos de encontrase el hombre a gusto en ella. Pertenecen a la sustancia básica de la conciencia. No son ideas innatas, pues estas no existen. Pero en el fondo del espíritu hay una predisposición para suscitarlas; y se necesitan muy pocos contactos con las realidades del mundo para que eso ocurra. Las imágenes penetran en los temas de la historia, en la poesía, en la sabiduría popular, en el arte, constituyendo una tradición que actúa por doquier.

[…]

El camino es otra de esas imágenes: la imagen de que un lugar transmite el movimiento al siguiente; de que el movimiento tiene un comienzo, una dirección y una meta; de que encuentra dificultades y también auxilios, trabajo y reposo, equivocaciones y reencuentros. La existencia entera puede ser pensada en la imagen del camino: el crecimiento y el desarrollo, el progreso espiritual, el desenvolvimiento de las relaciones personales, la historia como realización de la vida humana íntegra a lo largo del tiempo: todo esto es camino”.[7]

VIII

Estas son algunas observaciones de mi parte —salpicadas de algunas reflexiones personales— sobre tu escrito. Me gusta, y creo que deberías seguir el camino de su ampliación y profundización. Ante todo, creo que en necesario darle una estructuración más clara, pero en conformidad con una idea rectora de todo su contenido. Como te decía más arriba, el título me lo indica de alguna manera, pero el contenido desarrollado no alcanza todavía —creo yo— la formulación completa.

Los apartados que propones buscan orientar la discusión por ciertos derroteros, pero los encuentro aun muy provisionales: el primero muestra tan sólo cómo la historia de la humanidad puede verse a la luz del caminar; en cambio, el segundo habla sobre cómo el caminar ha contribuido a la formación del mundo humano (la cultura). Ambos cuentan con una copiosa lluvia de ideas extractadas de la bibliografía seleccionada, pero el trabajo propiamente filosófico sobre toda ella está todavía por hacerse.

No obstante, el mejor juicio sobre tu texto no es el mío, sino el de los especialistas que asuman la tarea de revisarlo a profundidad como dictaminadores; claro está, si decides entregarlo al proceso de revisión del alguna revista académica. No creo que tengas dificultades para encontrar alguna que sepa valorar con justeza todo tu esfuerzo de pensamiento.

Te mando un abrazo.

José R.

* El documento puede descargarse en formato pdf pinchando en el siguiente enlace: Diazolguin (Sobre el camino y el caminar).

[1] Editorial Litúrgica Española, Barcelona, 1965.

[2] Península, Barcelona, 2001.

[3] Península, Barcelona, 2004.

[4] Guadarrama, Madrid, 1960.

[5] Sígueme, Salamanca, 1982.

[6] Cf. El ensayo “Los ámbitos de la actividad humana”, p. 183.

[7] Cf. El ensayo “La situación del hombre”, pp. 204-205.

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